Llegar a este momento no ha sido fácil, pero es la constatación de que los sueños se pueden convertir en realidad. Y no ha hecho más que comenzar. La historia de Raquel Sierra (Burgos, 1982) es digna de un guión televisivo.
Tenía quince años cuando su instituto planeó una excursión a la capital burgalesa para ver el reinaugurado Teatro Principal. «Cuando nos subieron al escenario, yo dije: 'Guau, quiero estar aquí'. Lo sentí sin más. Era lo que quería hacer. Fue una certeza».
Tan claro lo tenía que al día siguiente, en el recreo, pidió unas Páginas Amarillas para buscar un sitio donde empezar, un lugar donde aprender. No tenía ni idea. Encontró la Escuela Municipal de Teatro de Burgos, llamó al instante y su gozo cayó en un pozo cuando le dijeron que hasta los 16 años no podía entrar. Esperó. Pasó el verano y en cuanto tuvo la edad se plantó en la puerta con su madre.
No le importó coger todos los días un autobús al terminar las clases, hizo oídos sordos a la familia, aunque siempre contó con el aliento de su madre, que la iba a buscar las tardes que nadie del pueblo andaba por la capital. «Y más contenta que todo». Estas idas y venidas duraron tres años, los mismos que compaginó el instituto y las clases de teatro.