Iglesia de Santa Cecilia. Salas de los Infantes
Varada en el barrio de Costana, al otro lado del río Arlanza, la iglesia de Santa Cecilia se entretiene, coqueta y rotunda, en un exquisito sumario de corrientes artísticas, encerrando un patrimonio único pocas veces conocido. Gobernado por un crucero del siglo XVII, el atrio –en el que se reconstruyó recientemente un arco exento procedente del templo medieval del despoblado de Mazariegos- brinda el primer roce con el arte y la religiosidad.
Esta iglesia es un atractivo ejemplo de la arquitectura gótica burgalesa (siglo XV). Levantada sobre una fábrica del XII de la que aún quedan vestigios visibles –como la espadaña de triple tronera y remate en piñón- ostenta muros de sillería pétrea bien engarzada en los que se abre una portada con arquivoltas ligeramente apuntadas del último gótico castellano, en la transición al renacimiento, que permite el ingreso a la construcción.
Ya en su interior, el visitante se sumerge sin remedio en un intenso embrujo. Destacan la pila bautismal románica, embellecida con un friso de arcos ciegos evocador de la Jerusalén celeste, y el retablo mayor, contratado en 1640 para la honra de la mártir Cecilia, ilustrado con hermosas tablas que versan sobre el matrimonio de esta santa legendaria y la conversión de su esposo Valerio, tras la aparición del ángel. Otras obras de interés son: los retablos clasicistas de la Inmaculada –merced a la generosidad del matrimonio Andrés Cámara y Ángela Medel – y del Calvario – encrucijada de policromía y devoción-, y el retablo del Niño Jesús de la Pasión, enriquecido hacia 1730 con las galas más atrevidas del estilo churrigueresco.
Completa este monumento un Ecce Homo –discreto y misterioso en el fondo de la nave central- ajustado a los cánones del barroco vallisoletano, de gran efecto.